Yo sólo quiero pintar
hace 2 añospor Victoria Moreau

Siempre quise pintar, pero no siempre fui pintora.
Hasta hace dos años era solo una posibilidad y el tiempo que ocupaba pintando era mínimo.
Trabajaba a jornada completa entre correos, reuniones y gestiones varias tomando cafecito frente a la pantalla. Éramos un buen equipo en un programa de acompañamiento a comunidades educativas sobre su derecho a elegir qué hacer con su futuro, o, en otras palabras, a dar respuesta a la pregunta “¿qué quieres ser cuando grande?”. En ese momento no pensaba en mi propia historia y en cómo, a pesar de convivir y considerar el arte como una alternativa, tuve que estudiar una carrera “funcional” que me diera sustento y estabilidad. Fue entonces que en medio de un discurso me di cuenta de cómo había pasado el tiempo y no había pensado en mi propio derecho a elegir.
Vi la necesidad de redistribuir mi vida: pintaba en mis tiempos libres y le llamaba ocio. Mis amistades quisieron comprar lo que hacía. Me invitaron a ferias de oficio y me iba más o menos bien. Durante un tiempo seguí en piloto automático resolviendo otras catástrofes de la vida adulta pero cada aguada alimentaba la urgencia que tenía por detener el tiempo y pintar. En ese momento pensé: ¿y si no voy? ¿y si renuncio?
No consideré la autogestión que implica ser una artista independiente en el país más desigual del mundo, en mi cabeza solo había pintura, artistas, referentes y un incontrolable deseo de aprender. Usé mis superpoderes de maestra del excel para proyectar y planificar esta locura meses antes de renunciar. Partí con media jornada, luego jornada completa y no podía creerlo:
los cálculos daban. Entonces me lancé. Con miedo y todo.
En mi primer día de pintora/artesana no sabía qué hacer. Sentía vértigo de estar frente a la nada, una forma mucho más elaborada del miedo a la hoja en blanco, y sin herramientas para el trabajo independiente. Reduje algunos gastos. Aproveché las muchas horas que tenía el día para leer, estudiar y nutrirme de arte. Además tuve que aprender a difundir mi trabajo y a manejar mi pequeña “empresa” de pinturas que a medida que fue creciendo, tuvo que crecer el equipo, porque una pintora no bastaba. Hizo falta alguien para comprar materiales, alguien para enmarcar, para sacar fotos, para difundir, vender, diseñar el portafolio y catálogo. Una encargada de redes sociales. Una lobbysta. Una secretaria. Y todas esas soy yo porque al final, y lamentablemente, no se trata solo de pintar, sino de crecer con la pintura. Y gracias a esto he aprendido de sus aspectos formales, qué hacer con ella, pesos visuales, color. También de aspectos temáticos, para qué y por qué pintar, logrando poco a poco más coherencia entre el sentido de la obra, la imagen y el modo. He aprendido técnica y he aprendido gestión. He perdido y ganado concursos. Y sobre todo he aprendido que pintar es un lujo y disfruto de las sorpresas que tiene para mí.
El flujo me llevó a vivir de esto o, de alguna forma, todo se fue dando. Hace dos años di un paso a un pequeño vacío que se ha ido coloreando en el proceso. Dedicarme a tiempo completo al arte me permitió mejorar como pintora y hacer de mi ilusión un lugar seguro, cómodo y estable en el cual vivir y donde he podido construir redes y expandir mis fronteras como artista.
Algunos consejos para el proceso: mantén un hábito de pintar seguido; únete a colectivos afines con tu trabajo o tu identidad; haz tu portafolio y revísalo periódicamente; inscríbete a cursos o tutorías con artistas que admires; controla tus gastos pensando en qué es lo realmente necesario para tu vida; recuerda que pintar también es vivir tu vida yendo al cine, leyendo novelas, viendo películas, conversando con amigues; toma cursos de gestión empresarial con SERCOTEC; averigua sobre fondos para emprendedores/artistas; cuestiona tu noción de éxito; cuando te sientas un poquitititititito segura muestra tu arte… ¿y si no funciona? qué rico fue intentarlo.
Fotografías: Macarena Nieto