Ismael Allendes: “Pintar no es solo un acto estético. Es un modo de permanecer”
hace 6 mesesIsmael Allendes ha dedicado las últimas dos décadas a explorar la acuarela como una práctica de observación, síntesis y pertenencia. Nos sentamos a conversar en su taller, entre papeles, pinceles, pigmentos y obras —muchas de ellas dando cuenta de su experiencia. Arquitecto de profesión y pintor desde siempre, este artista vive y trabaja en Viña del Mar. La luz de la ciudad jardín entra por la ventana mientras habla de acuarela con una mezcla de precisión técnica y total despreocupación por el alarde.
Por Alejandra Delgado
Desde su taller en el décimo piso de un antiguo edificio cercano a Plaza Vergara, en el corazón de Viña del Mar, Ismael Allendes contempla la ciudad desde la altura. La vista -interrumpida por bloques, diagonales, tejados y cerros a la distancia- se transforma en pretexto para pensar en composición, luz y profundidad. Aunque arquitecto de formación, y dedicado durante décadas a ese oficio, hace más de 20 años que su práctica principal es la pintura en acuarela.
Entre 1969 y 1972 estudió en la Escuela de Bellas Artes de Viña del Mar. Más tarde, entre 1972 y 1978, cursó la carrera de Arquitectura en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, obteniendo el título profesional. Sin embargo, su vínculo con las artes fue siempre paralelo a la arquitectura. “La observación, la estructura, la síntesis, son aspectos que ambas disciplinas comparten. No podría separar lo uno de lo otro”, comenta.
El artista Ismael Allendes y la periodista cultural Alejandra Delgado durante la entrevista. Foto por: Victoria Moreau
El método como punto de partida
Para Allendes, el dibujo fue siempre una forma de aproximarse al mundo. Desde su época de estudiante, rayaba, boceteaba y tomaba apuntes visuales; una práctica que luego se convirtió en método, y que atraviesa tanto su obra como su forma de enseñar. “Sin boceto no hay obra”, repite con convicción. Esa frase resume una manera de pensar el trabajo artístico: desde la estructura, la planificación, el estudio previo. “La arquitectura me dio eso: pensar en capas, en procesos. Y eso lo llevo a la acuarela”.
En su forma de hablar no hay solemnidad. Hay memoria, mirada, intuición. “Yo no pinto escenas; pinto intenciones. Pinto desde la memoria”, dice mientras hojea y nos enseña cuadernos con estudios de color. “Uno no sabe cómo va a terminar una acuarela, pero sí cómo empezarla. Y eso basta”.
A sus 75 años, Ismael sigue enfrentando cada hoja en blanco como si fuera la primera. Lo que importa no es lo ya hecho, sino lo que vendrá. En eso es tajante. Le incomoda la idea de la obra acabada como un objeto reverenciado. “Uno puede ganar premios, exponer en lugares lindos, vender bien… pero eso no te asegura que mañana pintes algo decente. La hoja te puede comer vivo”, dice, sonriendo.
Durante los últimos años ha combinado la producción personal con la labor pedagógica. Ha dictado talleres en Viña del Mar, y otras ciudades de Chile y el mundo, enfocándose en técnicas exploratorias y en la formación de nuevas generaciones de acuarelistas. Participa activamente en charlas, cursos y encuentros sobre arte y acuarela, y sus obras han sido exhibidas tanto en nuestro país, como en el extranjero. Algunas de sus acuarelas se encuentran en colecciones privadas en Canadá, Taiwán, Alemania y España.
El artista Ismael Allendes muestra una de sus múltiples libretas de estudio. Foto por: Victoria Moreau
Paisaje silente
Con muchas exposiciones en el cuerpo y premios que validan y aplauden su trayectoria, su obra parte siempre de la observación. Le interesa especialmente el paisaje rural. No busca representar lo visible, sino traducirlo en atmósferas. En su serie Tierra del Maule, desarrollada tras múltiples viajes por esa zona, explora texturas, capas de color y la relación entre silencio y territorio. “No hay gente en mis paisajes, pero hay sonido. Lo que quiero capturar es ese eco del entorno, esa vibración”, explica.
Como acuarelista, cree en la búsqueda constante. Trabaja con té, café, miel y tintas acrílicas. Mezcla seco sobre húmedo, húmedo sobre húmedo. Pinta en taller y en plein air. “La acuarela tiene que ser rápida y fresca. Hay que dejar que el agua fluya. Uno no puede forzarla”.
Pero esa rapidez no es descuido. La acuarela exige control del agua, de la absorción del papel, del flujo del pigmento. “El 75% de una acuarela es agua. Y si no sabes trabajar con ella, no hay nada que hacer”. Lo dice sin dramatismo, como quien da una instrucción básica para sobrevivir.
—¿Y qué hace que una imagen te detenga, que merezca ser pintada?
—La luz. Siempre es la luz. Los acuarelistas somos fabricantes de luz. A veces camino, miro, y me detengo por cómo cae una sombra, cómo se filtra algo entre las hojas. Ahí empieza todo.
No copiar, interpretar
Ismael no trabaja con fotos a color. Prefiere el blanco y negro, para no condicionarse. El color lo decide él, lo construye a partir de la experiencia, no de la referencia. “No me interesa pintar lo que veo literalmente, sino lo que recojo. El color no es un dato, es una decisión”.
Agrega: “La acuarela es una investigación continua”. Y esa búsqueda la transmite también a sus estudiantes, a quienes insiste en la importancia del boceto, del estudio tonal, del dominio técnico.
—¿Siempre haces estudios previos?
—Siempre. Sin boceto no hay obra. Y si no hay análisis tonal, tampoco. La acuarela parte del blanco hacia el negro, no al revés. Hay que saber administrar la luz, la profundidad. Y desde ahí, componer.
La pintura de Allendes está anclada en el paisaje. Pero no en el paisaje idílico ni en la postal. Su serie Tierra del Maule da cuenta de un vínculo profundo con el entorno rural. Camina por el interior del Maule, observa las texturas del terreno, registra el movimiento del viento. Luego, en el taller, convierte esa experiencia en síntesis. “No copio lo que vi, construyo una atmósfera. Puedo usar tres pinceladas si ahí están la luz, la profundidad, la temperatura”.
En sus acuarelas casi no hay figuras humanas. Mas no por frialdad o abandono. Hay una intención de silencio. “Alguien me dijo una vez que mis paisajes eran solitarios. Puede ser. Pero para mí no es soledad, es una forma de escuchar. El campo me dio eso: la posibilidad de oír lo que no siempre se dice”.
—¿Qué papel juega la técnica en esa síntesis?
—Es clave. Pero la técnica no debe limitar. Hay que dominarla para que no estorbe. Lo importante es que la acuarela respire. Que tenga capas, pausas, espacio.
Un equilibrio de tonos -característica que define su búsqueda en el color-, tapiza los muros y repisas de su taller. Son sus obras por doquier. Aquí, entre papeles, pinceles y un delicado orden cuidadoso de todo su material, Ismael prepara un nuevo proyecto: un layout para enseñar a mirar y construir una acuarela. No como manual de instrucciones, sino como una guía para aprender a ver. “Hoy día se pinta mucho, pero se mira poco. La observación es lo primero. Si uno no aprende a mirar, no puede pintar”, sentencia.
Mirada Interior II obra de Ismael Allendes, acuarela sobre papel
Hacer lugar
En su trayectoria ha compartido con referentes como Víctor Hugo Arévalo, Alejandra Bendel y Lea Kleiner. Con ellos, aprendió que el arte no se enseña como receta, sino como proceso. “No quiero que mis alumnos pinten como yo. Si lo hacen, no aprendieron nada. Hay que encontrar una voz propia. Aunque cueste, aunque sea a punta de ensayo y error”.
—¿Cómo ves el panorama de la acuarela hoy?
—Hay buenas y buenos acuarelistas. Pero a veces falta riesgo. Hay quienes repiten fórmulas. Y ahí la pintura se vuelve cómoda. Lo importante es que cada obra sea una exploración, no una imitación.
En su taller-oficina, se respira esa misma idea. Hay pruebas, fragmentos, ejercicios. Todo parece estar en movimiento. Como si el agua aún no hubiese terminado de secar.
Su lugar como divulgador y formador en la acuarela chilena es tan importante como su producción artística. A través de sus talleres, charlas y exposiciones, insiste en lo mismo: “Cada obra debe ser una búsqueda, una interpretación. Si uno está copiando, no está creando”.
Pintar, para él, no es solo un acto estético. Es un modo de permanecer. De decir: este lugar importa, esta luz importa, este silencio importa.
Lo que motiva a Allendes no es la representación de un lugar, sino su permanencia afectiva. Pintar como forma de recordar, de hacer visible lo que podría desaparecer. “Muchas veces he pintado casas que al año siguiente ya no existen. La pintura no las salva, pero las sostiene un poco más en la memoria”.
Por eso, insiste en mirar con cuidado. En caminar despacio. En bocetear aunque no haya un cuadro al final. “Hay que aprender a mirar. Esa es la primera tarea”.
Y mientras habla, vuelve a tomar el pincel, mezcla un azul en la paleta y observa una hoja en blanco. La próxima acuarela aún no existe. Pero ya está en camino.

Ismael Allendes sonríe en su taller. Foto por: Victoria Moreau


